09 November, 2006

Sólo con buenas intenciones...



"Un día fuimos nosotros, ahora sólo tu y yo, y sin embargo, siempre, para alguna parte de nuestras vidas, seremos uno".

A veces creo que mis ganas de reír cuando te escucho vienen ya de fábrica. Vamos, que responden al sistema estímulo-respuesta. ¿Diga? Hola. Y con ese hola ya mi cuerpo dice... preparados, listos, ya... Ro, vas a reírte. Y eso que hoy me cuesta. Sé que es una tontería, pero me cuesta. Porque todo lo que hago con la intención más buena posible, sale mal. Y eso me desmoraliza mucho. Me duele porque no consigo devolverte todo lo bueno que me das. No imaginas cómo me ayudan esas risas que me invaden casi todas las noches. Y no es una obligación, espero. Ni estoy fingiendo, no sé... porque me sigo refiriendo a las risas, claro. En cualquier caso, la facilidad que tienes para hacerme reír no es sólo una excusa -qué bien se me da buscarlas últimamente- para escribir. Es un motivo, más bien. Porque hacía mucho tiempo que alguien no me arrancaba las sonrisas y las carcajadas con tanta facilidad. De hecho, termino cansada. Hablar contigo tiene, aparte del gasto... físico, un gasto anímico. De ese lado del corazón en el que tenía guardadas las lágrimas y las tristezas. Ese rincón es que el se gasta cada vez que hablo contigo. Es una suerte. Porque poco a poco parece que el corazón va recuperándose y empieza a respirar... a tomar el pulso. Muy poco a poco, eso sí. Sentí la necesidad de contarte, o más bien, de agradecerte esas risas, esas charlas, largas charlas, y a veces, esa forma de hacerme sentir. Alguien, especial, diferente... hacerme sentir, que no es poco a estas alturas. Hoy quiero cambiar mi discurso redundante sobre tristezas y soledades, sobre lágrimas, llantos y ausencias, porque por un momento, por unos instantes, me invade una extraña sonrisa al mirar el reloj... Sobre todo, porque apareces cuando ya no te espero; porque sonríes, o creo que lo haces, cuando no creo que quieras hacerlo; porque, como ya te dije un día, llegaste sin avisar, y siempre las sorpresas son encantadoras. Como tú.

29 October, 2006

Princesa, se me muere mi princesa...



Yo soy la princesa la del cuento
de hadas que por fin se
quiere despertar. Y tú eres
el héroe de los mil y un batallas,
ayúdame que me puedes salvar.
Belinda. Princesa.





Princesa. Sí, me llamas así. Así de cursi, que dirían muchos. Así de dulce, que me comenta el angelito que está sentado en una esquina del teclado. Enfrente, un diablo que se descojona cuando me escucha teclear "esa tontería". Lo dice y se queda tan pancho. Le he dirigido una mirada asesina. Nada inusual en mí en los últimos días. Y de pronto, el teléfono. Y de pronto, un sobresalto.¡Zas! ¿Diga? Hola. Y me asusto, más que tú. Me abruma lo que me ha invadido cuando te he escuchado. Me abruma, porque me alegra sin apenas contar con ello. Porque llega de pronto, sin avisar. Porque me haces reír cuando no hay ni un solo motivo, al menos en apariencia, para hacerlo. Porque me olvido de todo. Así de simple. Lo cierto es que todo ha sido y es, cuanto menos, inquietante. Tengo que reconocerlo. El momento de llegar no es el más propicio. En medio del vacío que me provoca saber que es imposible respirar sin notar en el alma la tristeza, en medio de un mar de soledad y miedo, en medio del abismo de una vida etérea y que corre aprisa dejándose en cada meta un trozo de corazón, en medio de todo, en medio de la nada, más bien, un día, cualquiera porque no tenía, como todos antes de aparecer, nada de especial. Sonrío cuando llega la hora, y me entristezco cuando vuelve a llegar. La entrada y la salida. Estar y no estar. Sentirse, y de nuevo, el vacío. Una dicotomía constante que me hace divagar sobre qué debo, qué quiero y qué necesito. Y ahora sí, aunque luego sería mejor. No debería, aunque. Y me zarandea algo aquí dentro que al menos me ilusiona. Al menos. Como si fuese poco, dadas las circunstancias. Y todo, sólo, con el Hola.

18 October, 2006

¿Pasión, pasiones o ambas? (II)




«Sé que vas a estar mejor cuando me vaya,
y sé que todo va a seguir como si nada,
mientras escribo sobre la arena
la frase tonta de la semana
aunque no estés para leerla en esta playa»
La quinta estación.
«Retomo el tema pasional. Me gusta, y también me distrae. Intento evadirme —es el enésimo intento de evasión, a ver si puede ser que cuaje—. Parece imposible, pero ahora me pasa lo contrario. Mi pasión contigo no atañe a besos, caricias y demás... Ahora, las pasiones que comparto, o intento compartir, contigo son aquellas que proceden directamente de la rutina, del día a día. Del te echo de menos y del tengo ganas de verte. No del cómo me pones o de qué ganas tengo de hacerte el amor. Es extraño. Debo reconocerlo. En el fondo, creo que siempre he querido compartir contigo este tipo de pasiones... ¿He querido? ¿O es que ahora estoy más cansada de todo y compartir contigo este tipo de pasiones me cuesta menos? Sabía yo que no iba a poder escribir nada sin darle cabida a mis continuas y ya un poco pesadas paranoias. Lo cierto es que, cuando siento tu mano recorrer mi espalda en busca de un broche que está atado casi con nudos de guerra, me vuelvo, me muevo, me escabullo... puede decirse que intento escaparme —empieza a ser preocupante esto de huir de todo—; lo cierto es que, cada vez que los besos, continuos y apasionados, al menos en apariencia, dan paso a algo más que ya empezaría a conformar lo que ha venido en llamarse preliminares —como si por fuerza tuviera que haber un principio, un nudo y un desenlace, no siempre feliz, por cierto, feliz por compartido, se entiende— soy yo quien pone música, comienzo a reírme o me invento cualquier cosa para hacer que los preliminares vuelvan a la fase cero y todo vuelva a la tranquilidad, fingida y escondida tranquilidad. Así es, cuando siento tu aliento más allá de mi cuello, cuando empiezo a sentirte ya a ti, ahí, acercándote, me pongo en guardia, porque en vez de estar acercándote estás acechándome, estás ahí, parado, preparado para morderme, supongo que esta vez sí en el sentido literal de la palabra. Retrocedo, y se me enciende la luz de alarma, el nino nino de incendio. Vaya palabra. No viene del todo bien. En cualquier caso, empieza a ser preocupante. Porque el gesto de tu rostro contradice claramente lo que sale por tu boca y te deja en evidencia: «No pasa nada». Cuando en realidad sí pasa. ¿Qué me está pasando? ¿Se acaba la pasión, se acabó, o quizá es que no hubo nunca una pasión y fue sólo el fruto de un yo tengo ganas y tú también? Vuelve a ser extraño, cuanto menos. Rarita que es la niña. Pero es así. El problema habría que localizarlo bien. Situarlo, en condiciones. Coordenadas, punto por punto, un lugar. ¿Es por ti?¿Es por mí?¿Es por nosotros? ¿O es, quizás, porque no existe un nosotros y mi eterno intento de querer formarlo se ha desvanecido de nuevo y no ha dejado ya ni siquiera las ganas de estar juntos? Sí, juntos, pero juntos, juntos. No al lado. Al lado eres un desconocido. Junto a mí, alguien más. Y no es que no te quiera, que no, que el amor no está tan ausente como la pasión, las ganas de. En busca de un lado positivo, si lo tiene, pude decirse que ahora te quiero más, dado que quiero darte algo más que una noche, o varias, de pasión. En busca de un lado negativo, que sí que lo tiene, hay algo que no funciona. Aunque volvemos a lo mismo de antes. ¿En mí? ¿En ti? Vaya. Estamos como al principio. Sin nada en claro. O peor. Sin nada en claro pero con más cosas sin saber a la luz porque antes estaban ocultas o ni siquiera estaban. De todo, siempre saco algo. Realmente, hay algo por lo que preocuparme. Esto es de verdad. No es ficticio. No es paranoia. Mira, empiezo a recobrar mi racionalidad. Al menos, en apariencia. ¿No?»

10 October, 2006

Maru, yo quiero que vuelvas

«Anoche me llamó la atención sobremanera ver una flor, preciosa donde las haya, al lado de un surtidor de una gasolinera, un sitio, cuanto menos, insospechado. Lo cierto es que, cuando vi dónde y cómo estaba, me acordé de ti. Sí, de ti, amiga mía. Resurgir. Renacer. Volver a vivir. Después de la muerte, ésa a la que ahora te aferras por no tener ganas de salir a un mundo que te amenaza en cada esquina, en cada uno de los rincones que cruzaste entre lágrimas, en cada uno de los caminos que recorriste en busca de una respuesta, después de esa muerte que has anunciado, vuelve a haber vida. Porque hay vida en cada una de las palabras que escribes, ya que, aunque tristes, consuelan a aquellos que como yo, buscan en ellas un reflejo de lo que mis manos quieren escribir pero mi corazón no le permite porque no podría resistir escucharlas; esas palabras que muchos, quizá no quienes deberían, desean cada día que aparezcan en su vida como un salvavidas, como la respuesta a un SOS ahogado entre líneas de caracteres vacíos, de canciones sin letras, de tardes sin sol... Esas frases, tan duras a veces, tan ciertas casi siempre, son, en esos días en los que yo también deseo encontrar en la muerte una respuesta a una vida vacía que se pierde en las entrañas de un cuerpo sin alma, sin corazón, el alimento necesario para volver a nacer. Quizá no sean las palabras más alegres que tu corazón pueda o necesite escuchar, lo sé, pero son las que tengo. Sobre todo, desde que decidiste privarme de las tuyas. Las necesito. Y a ti también».