24 August, 2011

Y, entonces, el deseo...

Lo que empezó siendo una cena terminó en un desayuno para que, al final del día, con el ocaso, nuestros cuerpos volvieran a fundirse como lo hacía el sol en el horizonte...
Siento tus manos recorriendo uno a uno los botones de camisa, siento cómo se abre poco para dejar al descubierto un corazón que galopa sin aliento, como yo. Escucho tu respiración desnudándome, miro tus ojos buscando con ahínco el deseo que mis labios ocultan. Nos besamos. Nos mordemos. No alcanzo a encontrarte en todos los lugares donde tu busco porque estás perdiéndote entre mis piernas. 
Ansío tus besos en mi cuello pero sigues aferrado a mí, siento cómo el calor de tu aliento me atraviesa y llega a lo más hondo de mi cuerpo hasta hacerse hueco en el tuétano de mis huesos... 
Te detengo. Apenas puedo respirar pero consigo encontrarte. Vuelvo a besarte. Recorro uno a uno los poros de tus abdominales para ir adentrándome en tu cuerpo. Me encanta ver cómo me miras. Tus ojos me penetran como tu lengua lo había hecho minutos antes. Me acaricias el pelo conforme voy aumentando el ritmo. 
Y ahora me detienes tú a mí para arinconarme contra la pared. Entras, sales, una y otra vez, sin respiro, sin pausa. Te oigo susurrar mi nombre y aún te siento más adentro. 
Y con algunos segundos de descanso, vuelvo a verme cubierta por el calor de tu piel, por el peso de tu cuerpo. Tu vientre contra mi espalda, tus manos asidas a mi cuello, con ansia, con ahínco, con pasión. Unidos por el hilo común del deseo. Siento tus manos bajando por mi columna hasta mis caderas y a la vez siento el ansia llegar hasta cada uno de los dedos de mis pies. Y al mismo tiempo, todo tú atravesándome las entrañas. 
Mientras, el sol dormía desde hacía tiempo y la luna nos observaba, envidiosa por habernos dado antes.