18 August, 2006

Reformas en el cáracter: no quiero ser tan vulnerable


«Enamorada, tejiendo lunas en la madrugada, aunque otros brazos calmen mis deseo... en cada beso sin querer te buscaré Enamorada, aunque haya otro que me encienda el alma. Será el secreto que llevo tan dentro, que en el fondo me desnuda la verdad... ».
Malú. Por una vez
«La importancia de mantener en secreto los sentimientos. Más allá del sexo, bueno o malo —aunque quizá diste más del malo...—, más allá de la “amistad” formalizada con actos protocolarios tales como llamar, una vez al mes, al menos, a alguien para preguntarle qué tal está cuando en realidad no te roba ni un ápice de sueño; más allá, sin duda, de saludar y mantener las distancias con aquellos que un día fingieron estar a tu lado, pero sólo lo fingieron... Más allá de cualquier acto que responde sólo al puro formalismo, los sentimientos están, siempre, mejor, escondidos. Y sí, digo siempre, con total y absoluta certeza. Aún sabiendo que corro el riesgo de perder en la generalización lo que siempre tiene de especial ser único en algo, lo detallo así. Siempre. Cuando hablo de sentimientos, evidentemente, me refiero a sentimientos que no son, a priori —y también, supongo, provocado por el hecho de que el otro o la otra sabían, a diferencia de mí, la importancia de mantener los sentimientos en secreto— , correspondidos. Lo cierto es que, hoy por hoy, aspiro a convertirme en alguien frío y distante, cuyo carácter empiece a parecerse al ogro Shrek antes de conocer a la princesa Fiona. Salvando la distancia de que vivir en esta jungla en una casita aislada es prácticamente imposible —más bien sin el prácticamente—, y de que es difícil encontrarse un Burro tan “encantador” como el de la citada película —a veces empiezo a pensar que siquiera un humano con dichas características—, lo de vivir “aislada” es una opción que está tomando peso a marchas forzadas. ¿Por quién? Por muchos, de ahí la velocidad que está adquiriendo. Volviendo a las obras que quiero realizar en mi carácter, el tema de la frialdad y, sobre todo, del “autocontrol” es el que más importancia tiene y el que mayor cambio va a provocar en mí. Radica, principalmente, en saber decir en cada momento lo que te está gritando la cabeza y no el corazón. No hay nada mejor para entender una teoría que un ejemplo: Cuando tu mueres de ganas de abrazarle, de decir que le echas de menos, de preguntarle por qué no te ha llamado en tanto tiempo, es necesario, sólo, una sonrisa. Vacía, probablemente, pero será sólo el reflejo de lo que un día será el carácter que menos daño te hará —que no el que más feliz— y conseguirá reprimir esas lágrimas que afloran con una cotidianidad tan dolorosa como destructiva. Esas mismas lágrimas que a diario son motivo de las críticas de aquellos que fingen estar contigo, de aquellos que un día eligieron ser tus amigos —como si eso pudiese elegirse...—, de esos mismos de hace tres o cuatro párrafos. Así, el hecho de salir a correr en busca de un sitio donde nadie te vea llorar y te considere, por ello, vulnerable y débil, y se crea, por conclusión, con derecho a pisotearte y hacerte daño, cobra, aún más después de la conversación de los últimos días, un protagonista tan grande que no deja ver siquiera una opción alternativa. Ser fría, dura, distante y empiezo a pensar que también calculadora es lo mejor que te puede pasar. Al menos, a mí. Al menos, a mí, ahora.
Hasta ahora, me había definido siempre como alguien visceral, que ponía el corazón en cada cosa y a la que le molestaba que se hicera daño a aquellos a los que realmente quería e incluso también a esos otros a los que, aún sabiendo que era sólo formalismo y protocolo, seguía llamando una vez al mes. Alguien que hacía, pese al daño que sabía que en momento determinado podía provocarme, lo que fuera por hacerte feliz; lo que fuera, por arrancarte una sonrisa en un día triste; lo que fuera, aún inventado, por estar contigo cinco minutos. Así era yo antes. Antes, cuando te creía, o quería creerte, mi amigo. Antes, cuando creí que podía confiar en ti por encima de todas las cosas. Antes, cuando era feliz con sólo verte feliz, cuando me entristecía al verte buscar en los cristales un horizonte que yo no alcanzaba a ver, porque sabía que el motivo de tu búsqueda podía ser un ápice de tristeza. Yo era así antes, y aún más, quería ser así. Ahora no. La apariencia lo es todo. Mi primera meta es empezar a parecerme a una mujer fría. Mañana, cuando te vea, mis labios no mostrarán una sonrisa que a veces sólo he buscado por ti. Mañana, o pasado, o cuando vuelva a verte, siemplemente te “soltaré” ese hola frío y distante que siempre he criticado. Porque cuando te vea, ya no seré yo. Ya no existirá ésa que te busacba siempre entre lágrimas aún sabiendo que las odiabas; ya no seré aquella que te entregaba el último rescoldo de alegría que quedaba en este cuerpo tan vacío sin ti; ya no, ni a ti, ni a nadie. Porque, los sentimientos, aunque no desaparecidos, están ocultos. Ocultos, escondidos, a salvo».

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