Faltan escasamente dos horas para mi cumpleaños: 24 añitos. Aunque no sé muy bien dónde los guardo. A menudo me acusas de unos altibajos sentimentales propios de una niña de 15. Y probablemente, lleves tu parte de razón. Pero no sé qué me duele más, si tu "acusación" o esos altibajos que últimamente son demasiados frecuentes. Me pediste anoche, antes de irte, que olvidara todo lo que había pasado (hoy voy a permitirme la licencia de centrar este relato en la pura realidad), como si eso fuera tan fácil. Cuando sólo habían pasado unos escasos diez segundos de tu marcha, ya estaba llorando de nuevo. Las lágrimas volvieron a abordarme sin apenas poder oponerle resistencia. Eran lágrimas más amargas que las que acostumbro a derramar cuando discuto contigo, más amargas, porque eran incomprendidas. Me miraste antes de marcharte con una dulzura ciertamente infinita y que durante un instante me hizo plantearme el por qué de esos te quiero que casi nunca me atrevo a decirte. Me miraste, y volviste a hacer saltar en mí una alegría que, pese a ser efímera, consiguió sacarme por un segundo de aquella tristeza a la que me habían abocado tus palabras.
Pero todo se esfumó cuando vi cómo te alejabas. Y lo peor es que cuando te veo partir cada noche, me asalta otra vez esa angustia que no me deja respirar. Esa angustia que me provoca saber que llegará un día en que te pierda para siempre. Y no puedo hacer nada por evitarlo. Parece mentira que esto se pueda terminar, pero se termina. La puerta se cierra. Y aún no veo cuál es la que se va a abrir, si es que se va a abrir alguna.
Vuelvo al principio, ya son 24 (dentro de ná, vaya) y no encuentro, mirando al pasado, ningún día previo de cumpleaños que me haya pasando llorando. Supongo que cuando cumplí un añito.
Anoche me sentí tan sola. Tan sola que las lágrimas se convirtieron en una vía de escape, en un escondite perfecto para intentar no sucumbir a esta soledad tan dolorosa que me atormenta cuando te vas; las lágrimas fueron anoche, como son ahora mismo, el reflejo de que el daño que me hiciste ayer aún duele, y mucho. Tal vez demasiado, probablemente sea lo que piensas. Ahora, viéndote, sé que hay un sinfín de razones por las cuales debería darte las gracias, pedirte perdón, e incluso, decirte cuánto te quiero. Probablemente.
Estoy ciertamente cansada de estar así, sabes. Ciertamente cansada de recordarte entre lágrimas, de encontrarte en unos sueños que apenas me dejan conciliar tranquilidad por las noches. Quizá, ciertamente cansada de buscar ese cariño que tanto dices que me tienes pero que me cuesta un mundo encontrar días como ayer; días en los que te miro y no me veo, días en los que tu aliento puede atravesarme. Ciertamente cansada y ciertamente triste.
Probablemente, estas palabras se las lleve el viento dentro de muy poco. Dentro de escasamente una hora, cuando den las doce y sea mi cumpleñaos. Un cumpleñaos tan especial, un cumpleaños contigo. Qué mayor regalo que ése...
Porque cada etapa tiene un principio y un fin, porque los ciclos terminan sin que exista un porqué.
09 April, 2006
27 March, 2006
Cómo han cambiado las cosas...
Pese a todo, y sabes muy bien a qué me refiero con todo, sigo teniendo unas ganas enormes de que me abraces. Te echo de menos, aunque no te lo creas. Una inmensidad, te echo de menos una inmensidad. Echo de menos aquellas largas charlas donde me abrazabas mientras acariaciabas mi espalda, aquellos besos de niña chica que tengo guardados en lo más profundo de mi alma pero que ya nunca encuentro en tus labios... en vez de ellos, ahora sólo recibo esos "malditos" besos de compromiso, aquellos que das a cualquiera llenos de un cariño ínfimo.
Lo único cierto ahora, tras más de ocho meses, es que consigues hacerme sonreír cuando no tengo ninguna gana de hacerlo; consigues que al final, te mire y busque en tus ojos una sóla razón para sentirme tan tuya como me siento. El paso de los días me concede un valor que nunca he tenido. Ahora, que empiezo a ver el final del camino, el principio del abismo, me invade un miedo terriblemente doloroso, una soledad inmensamente triste. Es otra vez ese miedo a no saber qué hacer cuando me vaya, ese antiguo miedo que un día me impidió acercarme a ti, esa tonta vergüenza de la que tanto te burlaste. Releyendo un viejo email, el progreso nos invade, he vuelto a sentir esa inquietud al mirarte, pero sobre todo, al verme reflejada en tus palabras. "Yo también tengo ganas de verte"... cómo han cambiado las cosas...
Lo único cierto ahora, tras más de ocho meses, es que consigues hacerme sonreír cuando no tengo ninguna gana de hacerlo; consigues que al final, te mire y busque en tus ojos una sóla razón para sentirme tan tuya como me siento. El paso de los días me concede un valor que nunca he tenido. Ahora, que empiezo a ver el final del camino, el principio del abismo, me invade un miedo terriblemente doloroso, una soledad inmensamente triste. Es otra vez ese miedo a no saber qué hacer cuando me vaya, ese antiguo miedo que un día me impidió acercarme a ti, esa tonta vergüenza de la que tanto te burlaste. Releyendo un viejo email, el progreso nos invade, he vuelto a sentir esa inquietud al mirarte, pero sobre todo, al verme reflejada en tus palabras. "Yo también tengo ganas de verte"... cómo han cambiado las cosas...
06 March, 2006
Demasiado tarde...
Terriblemente triste. Nunca hasta ahora había conseguido saber qué me pasaba con tanta lucidez. Ya no hay mezcla de sentimientos ni angustia, sólo tristeza. Me cuesta un mundo seguir en pie, esconder unas lágrimas que se apilan en unos ojos tan casados como tristes, unos ojos que ocultan sin saber muy bien cómo la tristeza de un alma vacía. Las horas pasan pesadas delante de mí, los días se caen del calendario ante una vida que siento llena de un silencio desolador desde que practicamente, tengo conciencia de que la vida es vida. Dicen muchos que la vida es una caja de sorpresas... tópicos varios y últimamente demasiado recurrentes para intentar buscarle una solución a todo esto. Sólo tengo ganas de llorar, así de duro, así de débil. Y lo último que necesito ahora mismo, es que tú TAMBIÉN me abandones. Aunque es cierto que no puedes abandonar algo que nunca has tenido...
Supongo que me aferraré de nuevo a lo poco que me queda tuyo para seguir luchando por no sucumbir a una tristeza infinita... aunque quizá, ya sea demasiado tarde.
27 February, 2006
Esa maldita sinceridad...
Nunca fue la sinceridad un don. Digan lo que digan, y lo haga quien lo haga. Odio el tópico de... "al menos, fue sincero...". La sinceridad siempre le duele a alguien, hace daño, y es difícil considerar que una virtud pueda lastimar a alguna persona. Una antítesis con demasiado peso.
Y es exactamente lo que me pasa contigo. La sinceridad con la que, en los últimos días, estás llenando tus palabras me está haciendo un daño terrible, y empiezo a pensar que irreparable también. De hecho, estoy pensando en dejar de intentar buscar una razón a todo esto que esto sintiendo por ti. Está ahí, y por más que lo niegue no va a desaparecer; y por más que tú me lo niegues, y lo intentes disfrazar de mil vestimentas distintas, tampoco. La tristeza de sentirte tan lejos y el dolor que me provoca saber que un día te tuve tan cerca y te perdí, me abocan a una soledad que no me deja respirar sin llorar. Cada noche alimento con tus ya gastados "cuatro" besos esta alma casi vacía desde que decidiste, siempre con palabras sinceras, dejarme a un lado en tu vida.
Pero ahora lo que más llena este corazón roto es la resignación. No tengo fuerzas para seguir luchando... tu indiferencia hacia mí me duele tanto que me deja el cuerpo vacío, tan vacío que apenas alcanzo a sentir ese cariño que tanto dices que me tienes pero que no consigo sentir. Aunque sí supongo que en eso, también eres sincero.
Subscribe to:
Posts (Atom)