25 January, 2008

La huida

Es cierto, no es nada original copiar una canción y contar eso como un post del blog. Pero ésta, ésta me ha robado el corazón. No me canso de escucharla, la repito una y otra vez, me veo reflejada en las letras más allá de las mismas.

La huida, de Ismael Serrano.
Ella tiene 15 primaveras, pocas mentiras que contar, dos pendientes de primero y aún no ha visto el mar. Mientras lo espera, sobre la acera, se derrumba el mundo.
Él tiene 16 agostos y una nube que robó, y versos de Extremoduro volando en la habitación. Mientras la sueña, copia un poema que luego hará suyo.
Y como cada tarde la ciudad, se detiene en el instante en el que él la pasa a recoger. ¿Qué tal en clase? Llegaste tarde. No me riñas, ven.
Y ella aprieta la carpeta contra el pecho y en el cielo, anémonas de humo, antenas de coral; si quieres mi vida te rapto yo un día y te llevo a ver el mar.
Una tarde como otra cualquiera, él la pasará a buscar, con el alma en un pañuelo, con el coche de papá; sube al barco niña, esta es la huida que te prometí.
Ojalá que tengan suerte tal y como los soñamos, y al paraíso les lleve la Nacional IV. Amor, ¿por qué lloras? ¿Qué es lo que te pasa? Será que soy feliz…
Y nada más pasar Despeñaperros, se les echa encima el sueño, y las ganas de compartir sudores. Paro y nos dormimos, afuera queda el frío con la oscura noche.
Al rato, el coche queda lleno de vahos y de vuelos, de playas infinitas, carreteras sin fin; arenas desiertas, mil atardeceres que acaban en ti.
No será la luz del alba lo que los despertará, ni una gran ola rugiendo, no será el olor a sal; una pareja de picoletos pegándoles voces.
Como el cristal de los sueños, de camino al cuartelillo, se han quebrado un par de vidas, entre broncas y gritos. ¿A quién se le ocurre? Se les hace una nube, y una ola se rompe.
Y ya de vuelta a la ciudad, donde nunca sabe a sal, la piel y la lluvia que a veces te besa, se van para casa, escuchan aullidos, golpes que no cesan. Los viejos les prohibieron la salida, el tiempo fue arando sus vidas, quemando poemas, carreteras sin fin. De vuelta hacia casa, mil atardeceres que acaban sin ti.
La ciudad se siguió derrumbando, en la acera mientras tanto, anémonas de humo, antes de coral. Él se pierde en la bruma, y ella sólo recuerda cuando mira el mar.
Le asalta la duda de estar viva y recuerda alguna huida cuando aún no sabía mentir. Amor, ¿por qué lloras? ¿Qué es lo que te pasa? Será que soy feliz.

La única pena, salvando las distancias, es que he tenido que esperar diez años más para tener mi huida. Y para sentirme viva. Pero… ha merecido la pena. Merece la pena.

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