30 June, 2006

El deseo de que la pasión fuese eterna...





«Lo mucho se vuelve poco
con sólo desear otro poco más»



Apenas hacía dos segundos que había tenido tu aliento en mi espalda, tus manos enlazadas con mis brazos, mi cuerpo, reposado, sobre el tuyo, después de estremecernos como si se hubiera apoderado de nosotros un frío viento ártico... apenas hacía dos segundos y ya estabas rondando mis piernas de nuevo...
Y todo empezó cuando yo tarareaba, con aquella copa de vino en la mano, aquella canción de Rocío Jurado... porque contigo vibro, cuando despiertan tus besos, mis dos palomas dormidas; cuando tus manos caminan, por el borde de mi cuerpo; cuando tus brazos me amarran y me vencen y dominan. Porque contigo vibro, cuando tu boca se calla, lo que tus ojos me gritan... mientras paseaba por los pasillos de la casa, buscándote en cada rincón, anhelándote en cada lugar de aquellas habitaciones que te habían visto hacerme temblar, que me habían visto estremecerme, llena de pasión, escondida entre caricias tiernas, oculta tras besos infinitos.
Y llegaste tú, casi sin hacer ruido, casi sin molestar... Cuando sentí tus brazos intentado secuestrar mi cintura, se apoderó de mí un placer inaudito, casi, inalcanzable; aterrador por cómo se apoderó de mí, ilusionante, por lo que prometía... Y sólo me habías abrazado. Un abrazo de esos que me hacen temblar; sí, un abrazo de esos llenos de pasión, arrebatadores. Cuando quise darme cuenta, estabas desabrochándome el lazo que unía las dos partes de mi vestido. Demasiado rápido, parecías dominado por una pasión extremadamente veloz, casi llena de furia; por un momento empecé a sentirme volátil, etérea, sobre todo en el momento en el que me llevaste entre juegos al salón. Pocos metros en los que me besabas sin encontrar un lugar definido entre tanta piel, pocos metros en los que me llenaste de pasión y deseo. Empecé a moverme por el sofá, me perseguías, me tirabas los cojines porque me hacía la interesante, casi te esquivaba.
Entonces, la ropa dejó de ser un estorbo y pasó a ser un mero espectador. Curiosamente, sólo la mía. Eso me hizo enfurecer. Y fui yo quien empezó a desnudarte, esta vez no sólo con la mirada. Entre besos y caricias conseguí quitarte lo poco que te quedaba puesto. A partir de ahí, apenas recuerdo qué pasó. Lo cierto es que la pasión y el deseo hicieron los efectos de cinco o seis whiskies porque me robaron la poca cordura que me quedaba. Me abandoné a ti, en el más amplio sentido de la palabra. Y ambos empezamos a sentirnos. Tendida sobre el sofá, más que tendida, tirada, mis brazos se agarraban con fuerza, con ahínco, a las brazos del sillón mientras me acercabas más y más a ti. Un cambio brusco nos despertó del sueño. Nada de tiernas caricias y besos de amor; pasión y furia, casi pasión salvaje era lo que se estaba apoderando de nosotros. Me movías, me levantabas, me abrazaste con fuera y durante varios instantes perdí la consciencia, quizás esta vez, no en el amplio sentido de la palabra.
Y llegó el descanso. Tú, con la respiración entrecortada, yacías, casi muerto, sobre mi barriga. Seguías acariciándome. Yo, sin la elocuencia que me suele caracterizar, notaba como aún me faltaba el aliento. Y el descanso duró... dos segundos... apenas, dos segundos.

1 comment:

Carmen Ruiz said...

Vaya nochecita!! Ya me contarás,un besito