27 November, 2011

Respiro. Casi me olvido.

 Respira, aguanta un segundo y respira.

(Vamos, venga, corre, que sí, que llegas, que no son tantos escalones, que los zapatos no son tan altos, que la falda no es tan estrecha, que llegamos...)

- Sí, sí, ya voy para allí.
- En serio, casi lo pierdo pero ya voy para allí.

Cuando recuperé el aliento, y esta vez por motivos de velocidad más que por cualquier otra cuestión, empecé a darme cuenta de que me había convertido en 'marathon woman'... Qué forma de subir las escaleras. Tacones de 13 centímetros -como la media nacional-, falda negra de tubo, tan estrecha como las carreteras secundarias y los colores de la Heidi más feliz pese al frío de febrero. Pero llegué. Aquí estoy.

Voy a tu encuentro. Engalanada con mis mejores ilusiones, cubierta de las pasiones que he ido construyendo noche tras noche sobre bases de conversaciones infinitas y besos soñadas, voy viendo pasar kilómetro tras kilómetro con el ansia de quien se ha visto perdida y por fin ha encontrado el camino a la felicidad. Benditos kilómetros que me separan de ti.
Empiezo a sentir el corazón latir desarbolado, el temblor de las piernas, los dedos apenas son capaces de encontrar las teclas correctas de este portátil. Ya está. Ya casi estamos. Estamos llegando. Nosotros. Mi corazón y yo. Mi alma y yo. Mi cuerpo renovado y lleno de vida nueva que te espera con ansia y con miedo, con el ansia de saberte mío, con el miedo a despertarme en medio de mi antiguo mar de lágrimas amargas.

Siento tu mano en mi espalda.
- Hola, enana. Creí que no llegabas.
Siento tus labios en la comisura de los míos, tus manos en las yemas de mis dedos, tu voz retumbando en cada uno de los huecos que se quedaron vacíos la última vez que nos quisimos.

Vuelve a faltarme el aliento aunque esta vez por ti. Vuelvo a subir escalones, aunque esta vez contigo asido a mi cintura.
- Nos vamos a caer, estáte quieto.
Te miento. No me sueltes. Por favor. No me sueltes. Por favor. Repito una y otra vez mi plegaria para ver si en medio del silencio consigues recoger uno de estos susurros. No me sueltes.
Mis manos caen rendidas sobre tu cuello, mis cuerpo empieza a rendirse al calor de tus abrazos.
Respiro, casi lo olvido.
Respiro de nuevo. Sienta bien respirar cuando estás cerca.
Vuelvo a perder el aliento cuando empiezas a desnudarme. Mi blusa se abre. Mi falda cae al suelo.
Por suerte, aún me queda la ropa interior negra tan bonita que compré para ti.
Se acabó la suerte.

Estoy desnuda ante ti. Te siento respirar a mi lado y apenas sin mirarte sé que estás sonriendo.
Respiro de nuevo. Casi lo olvido otra vez.
Me cuesta mirarte. Cuando siento cómo me miras me ruborizo, me vuelvo pequeña y me marcho de la habitación. No puedo dejar de sonreír. Siento calor pese a estar desnuda en medio del mes de febrero. Tus manos empiezan a buscarme. Buscan con ahínco mis labios y mi cuello, mi pelo enmarañado en la almohada, mi espalda, mis piernas, mi vientre... Siento tu lengua recorrerme de principio a fin, más allá de la piel, más allá del alma.
Ahora sí respiro con ansia. No dejas de acariciarme mientras tus manos buscan con deseo y pasión llegar hasta el fondo de mis entrañas.
Vuelvo a sentirme mío. Literalmente. Tan dentro, tan en mí, tan cerca de mis entrañas que casi no puedo dejar de gritar. Una y otra vez. Sin pausa. Sin prisa. Sin descanso. Con ansia. Con deseo. Con ahínco.
Agarrada a ti como quien sostiene su vida; agarrada a ti como quien sabe que al soltarse todo se volverá oscuro.
Te siento más en mí que nunca. Mis gritos se hacen cada vez más sonoros. Te veo sonreír.
Te suplico que pares. Por favor. Por favor. Por favor. Te veo sonreír de nuevo.

Abro los ojos y te encuentro tumbado sobre la cama, con una sonrisa en los labios que derretiría a la más ardiente de las pasiones, como era la mía hacía algunas horas.

- Enana, te quiero.

13 November, 2011

Mis lágrimas tan tontas

Fue ayer, poco antes de dormir, cuando volví a sentirte mío.
Tan mío como lo fuiste oculto en aquellas tardes llenas de sonrisas y cafés en la terraza de una habitación de hotel; tan mío, como aquellas mañanas en que aparecías debajo de mi piel buscando con ahínco rincones del alma donde aún no habías llegado.

Y ha sido hoy, poco antes de despertar, cuando volví a sentirte lejos.
Tan lejos como aquella tarde en que desapareciste entre la amalgama de gente de una estación cualquiera; tan lejos como sentí tus labios en aquel último sueño juntos.

Tan lejos y tan cerca. Tan vacía y a la vez tan llena de ti. Tan viva, y poco a poco muriendo entre recuerdos olvidados de besos antiguos como fotos en sepia.

Te echo de menos. Sobre todo, te echo de menos cuando necesito el apoyo de tus brazos para levantarme un día más, cuando necesito el calor de tus labios para las tardes frías de este diciembre que está por llegar y que tan lejos está de aquel en que dormíamos tan abrazados que tu aliento era más mío que tuyo. Te necesito cuando quiero recuperar recuerdos y siento cómo se desvanecen al primer intento, cuando vuela la sonrisa de un bebé delante de mí y no sé dónde estás; cuando siento esas ganas tan tontas de llorar, ¿te acuerdas? Sí, esas ganas tontas que hacían que corrieras a recogerlas y a besarme con la dulzura más inmensa que mis labios han conocido jamás. Esas lágrimas que tanto te hacían reír... Y ahora, cuando aparecen, me siento tan tonta al verte sonreír... Tan, tan tonta esperando que vengas a reírte de mis lágrimas y besarme con esa inmensa ternura que tanto echo de menos.

Y lloro y lloro pero tú ya no apareces...

12 October, 2011

Volviendo a casa...

Vuelvo en un autobús a casa. Sentada al lado de la ventana, la brisa nocturna me hace cerrar los ojos y, sin avisar -como casi siempre-, apareces tú...

Somos nosotros.
Tú y yo, parece increíble. Casi no puedo respirar, el corazón me golpea tan fuerte el pecho que me zarandea y me hace temblar.
Tu mano acaricia mi cara, la parte baja de mi cuello y el temblor desaparece. Es tan fácil contigo...
Me sube el calor por la espalda mientras tus manos quitan uno a uno los cuatro botones de mi vestido.
- Estás preciosa hoy...

Noto cómo me caen las lágrimas por las mejillas. El sabor a sal me despierta del sueño.

Apareces de nuevo. Juegas a atrapar cada una de las sonrisas que se escapan por la comisura de los labios, a guardarlas, a saborearlas. Me besas. Noto cómo me atraviesa tu aliento y cómo me recorre el alma un halo de esperanza, cómo me recorre el cuerpo un abismo de deseo y pasión. Mi cuerpo entra en contacto con el tuyo, mis besos recorren tus brazos, tu cuello, tu pecho, tu cintura... Te recorro de principio a fin y me gusta cómo me besas.
Me siento guapa cuando mi vestido cae y mi ropa interior es lo único que me separa de sentir tu cuerpo tan mío como sentí tu voz aquella primera vez que descolgaste el teléfono y me regalaste la mejor de las sonrisas que había oído en mi vida.
Y entonces, siento cómo mi desnudez te abruma. Me recorres con la mirada con tanta ansia, con tanto deseo que por primera vez en mucho tiempo siento cómo se me eriza la piel de pura pasión. Me abrazas. Creo que has notado aún sin rozarme cómo me tiembla el pulso.
- Me encanta cómo hueles...

La punta de tu nariz tienta uno a uno los poros de la piel y hace que me derrita poco a poco, al mismo tiempo que el ansia de hacerte mío me provoca una risa incontrolable que no es más que un intento desesperado de mi corazón por esconder sus desarbolados latidos. Tú me abrazas, yo te muerdo; tú me sujetas con fuerza contra la almohada y yo vuelvo a morderte, esta vez con tanta fuerza que me miras con la cara del más travieso de los niños.
- No seas mala...

Me río. Me vuelve a salvar la risa de caer rendida a tus brazos. Comienzas a amarme. Tu cuerpo dibuja sobre el mío cada una de las caricias que tantas veces había soñado. Me recorres con suavidad, primero con la yema de los dedos, después con todo tu cuerpo. Y yo me abro a ti, termino de entregarte lo poco que aún guardaba para regalarte, termino de entregarme entera a ti, dándote sin miedo, sin temor al desamor ni al desengaño, sin temor al vacío de las noches sin ti. Y tú te adentras en mí, me llenas de ti, me amas, me abrazas, me agarras con ahínco, queriendo quedarte para siempre, queriendo llenarme de ese olor a amor tan tuyo, queriendo regalarme el deseo infinito de quien moriría por seguir haciéndome el amor.
Hasta el final, hasta límites inaccesibles para tantos, hasta el amor que duele, hasta el sexo que hace añicos cualquier previsión de control, hasta que mis gritos dejan de morir en la comisura de tus labios y se hacen presentes. Sin tregua...

... Hasta que mis gritos se ahogan en la última parada del autobús.

02 September, 2011

Demasiado amor para sobrevivir...


Siento tu nombre rondando mis recuerdos.
Siento tu aliento rozando mi cuello.
Siento tu alma llamándome a gritos.

Y se me cae el alma al infinito, hasta el más oscuro de los rincones de la tristeza, allí donde van los sueños rotos y los besos que nunca nos dimos, allí donde los gritos se ahogan en lágrimas, donde el amor se muere de pena, donde la soledad se hace fuerte y finge ayudarte a subir, pero en realidad sólo quiere aferrarse a ti para sobrevivir a tu costa.
Sobrevivir. Sobrevivir. Y una y otra vez me repito que así no voy a poder sobrevivir, que esto es demasiado amor, que me puede, que me siento enana... ¿Acaso pensaste que ya lo había olvidado?

Quiero recuperar mi valor para luchar por vivir con este amor, quiero volver a sentir esa pasión inaudita, quiero volver a ti. Luchar, gritar que te quiero, que no habrá quien pueda robarme el aliento como lo hiciste tú, que nadie podrá darme jamás lo que tú me diste, que nadie podrá darte jamás lo que yo te di.
Quiero volver. Volver a tus brazos embriagada de alegría, quiero temblar al verte, llorar sólo cuando te viese partir, quiero llorar solo cuando vea la pantalla de trenes y reír cuando aparezca el primer taxi disponible.

Quiero sentarme entre tu cuerpo, volver a entregarme a ti, dejar de compartirte, dejar de sentirme hundida. Quiero quererte de nuevo con deseo, con pasión, con ansia, con alegría, con ilusión. Quiero dejar de quererte a solas, con dolor, con una sensación de vacío continua y profunda, con cobardía, con mentiras. Quiero dejar de ocultar esta amargura que me recorre el alma y me deja sin aire, que me deja sin aliento, que me deja vacía, que me ahonda y me lleva a ese lugar oscuro del que tú me salvaste.
Quiero sobrevivir, sobrevivir contigo, sobrevivir con este amor... Quiero recuperar lo que fue tan nuestro.