11 November, 2008

Capítulo I: Donde nace el deseo

Cuando te beso,
tiembla la luna sobre el río...

Hacía apenas dos horas que te había conocido. Dos horas, y ya corría por mis venas el sabor dulce de la pasión, el deseo de probar esos labios carnosos que te vestían la cara de una sonrisa preciosa y enorme cada vez que alguien decía alguna tontería. Hacía frío en la calle, y sin embargo, mi cuerpo aún conservaba el calor que le había producido aquel primer roce descuidado en la barra del bar. Casi sin darte cuenta, una mano en la espalda, en el final de la espalda... Pasa. Y mis ojos te miraron entreabiertos, con un escalofrío corriendo por los poros de mi piel, erizada por los 40 grados que había provocado el contacto de tu piel con la mía, el primer contacto. Intenté borrar aquella sonrisa maliciosa de la cara y crear una dulce e inocente, pero no lo conseguí. Tu mano se deslizó por mi pierna buscando bajo la mesa algo que estaba roto, y al sentir, bajo la fina media, el roce de tus dedos volvió a recorrerme el calor extremo, el deseo y la necesidad de besarte y tenerte recorriendo mis piernas completas, mis brazos, mi cuello... Estaba imaginándome cómo sería tenerte junto a mí cuando llegamos a aquel bar. Mi camisa se abría con demasiada facilidad, pero yo, recatada y respetuosa como la que más, volvía a cerrar aquel botón travieso. Pero quería más, quería que tus manos desabrocharan todos los botones de mi camisa, quería que me quitaras aquel vestido y me amases sólo con mi precioso conjunto negro, y después sin él. aproveché el gentío en el bar para arrimarme cada vez más a ti, poniendo como excusa que apenas podía moverme... Hay demasiada gente. Vi tu medio sonrisa aún más grande con esa expresión. Es cierto, balbuceé. Dejé caer un poco de tequila por la comisura de mis labios y, mientras me giraba buscando tu mirada, lo recogí de mi labio inferior con la punta de mi lengua... ¿Quieres probarlo? Y me acerqué a ti tanto, tanto, que sabía que ya no había marcha atrás. A escasos centímetros de tu boca, mis labios emanaban el calor propio del deseo más intenso, más sensual; al roce de mi piel con la tuya, tu mano agarró mi cintura y supe que aquellos labios serían mi perdición aquella noche, como mínimo...

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