Vuelvo en un autobús a casa. Sentada al lado de la ventana, la brisa nocturna me hace cerrar los ojos y, sin avisar -como casi siempre-, apareces tú...
Somos nosotros.
Tú y yo, parece increíble. Casi no puedo respirar, el corazón me golpea tan fuerte el pecho que me zarandea y me hace temblar.
Tu mano acaricia mi cara, la parte baja de mi cuello y el temblor desaparece. Es tan fácil contigo...
Me sube el calor por la espalda mientras tus manos quitan uno a uno los cuatro botones de mi vestido.
- Estás preciosa hoy...
Noto cómo me caen las lágrimas por las mejillas. El sabor a sal me despierta del sueño.
Apareces de nuevo. Juegas a atrapar cada una de las sonrisas que se escapan por la comisura de los labios, a guardarlas, a saborearlas. Me besas. Noto cómo me atraviesa tu aliento y cómo me recorre el alma un halo de esperanza, cómo me recorre el cuerpo un abismo de deseo y pasión. Mi cuerpo entra en contacto con el tuyo, mis besos recorren tus brazos, tu cuello, tu pecho, tu cintura... Te recorro de principio a fin y me gusta cómo me besas.
Me siento guapa cuando mi vestido cae y mi ropa interior es lo único que me separa de sentir tu cuerpo tan mío como sentí tu voz aquella primera vez que descolgaste el teléfono y me regalaste la mejor de las sonrisas que había oído en mi vida.
Y entonces, siento cómo mi desnudez te abruma. Me recorres con la mirada con tanta ansia, con tanto deseo que por primera vez en mucho tiempo siento cómo se me eriza la piel de pura pasión. Me abrazas. Creo que has notado aún sin rozarme cómo me tiembla el pulso.
- Me encanta cómo hueles...
La punta de tu nariz tienta uno a uno los poros de la piel y hace que me derrita poco a poco, al mismo tiempo que el ansia de hacerte mío me provoca una risa incontrolable que no es más que un intento desesperado de mi corazón por esconder sus desarbolados latidos. Tú me abrazas, yo te muerdo; tú me sujetas con fuerza contra la almohada y yo vuelvo a morderte, esta vez con tanta fuerza que me miras con la cara del más travieso de los niños.
- No seas mala...
Me río. Me vuelve a salvar la risa de caer rendida a tus brazos. Comienzas a amarme. Tu cuerpo dibuja sobre el mío cada una de las caricias que tantas veces había soñado. Me recorres con suavidad, primero con la yema de los dedos, después con todo tu cuerpo. Y yo me abro a ti, termino de entregarte lo poco que aún guardaba para regalarte, termino de entregarme entera a ti, dándote sin miedo, sin temor al desamor ni al desengaño, sin temor al vacío de las noches sin ti. Y tú te adentras en mí, me llenas de ti, me amas, me abrazas, me agarras con ahínco, queriendo quedarte para siempre, queriendo llenarme de ese olor a amor tan tuyo, queriendo regalarme el deseo infinito de quien moriría por seguir haciéndome el amor.
Hasta el final, hasta límites inaccesibles para tantos, hasta el amor que duele, hasta el sexo que hace añicos cualquier previsión de control, hasta que mis gritos dejan de morir en la comisura de tus labios y se hacen presentes. Sin tregua...
... Hasta que mis gritos se ahogan en la última parada del autobús.
Porque cada etapa tiene un principio y un fin, porque los ciclos terminan sin que exista un porqué.
12 October, 2011
02 September, 2011
Demasiado amor para sobrevivir...
Siento tu nombre rondando mis recuerdos.
Siento tu aliento rozando mi cuello.
Siento tu alma llamándome a gritos.
Y se me cae el alma al infinito, hasta el más oscuro de los rincones de la tristeza, allí donde van los sueños rotos y los besos que nunca nos dimos, allí donde los gritos se ahogan en lágrimas, donde el amor se muere de pena, donde la soledad se hace fuerte y finge ayudarte a subir, pero en realidad sólo quiere aferrarse a ti para sobrevivir a tu costa.
Sobrevivir. Sobrevivir. Y una y otra vez me repito que así no voy a poder sobrevivir, que esto es demasiado amor, que me puede, que me siento enana... ¿Acaso pensaste que ya lo había olvidado?
Quiero recuperar mi valor para luchar por vivir con este amor, quiero volver a sentir esa pasión inaudita, quiero volver a ti. Luchar, gritar que te quiero, que no habrá quien pueda robarme el aliento como lo hiciste tú, que nadie podrá darme jamás lo que tú me diste, que nadie podrá darte jamás lo que yo te di.
Quiero volver. Volver a tus brazos embriagada de alegría, quiero temblar al verte, llorar sólo cuando te viese partir, quiero llorar solo cuando vea la pantalla de trenes y reír cuando aparezca el primer taxi disponible.
Quiero sentarme entre tu cuerpo, volver a entregarme a ti, dejar de compartirte, dejar de sentirme hundida. Quiero quererte de nuevo con deseo, con pasión, con ansia, con alegría, con ilusión. Quiero dejar de quererte a solas, con dolor, con una sensación de vacío continua y profunda, con cobardía, con mentiras. Quiero dejar de ocultar esta amargura que me recorre el alma y me deja sin aire, que me deja sin aliento, que me deja vacía, que me ahonda y me lleva a ese lugar oscuro del que tú me salvaste.
Quiero sobrevivir, sobrevivir contigo, sobrevivir con este amor... Quiero recuperar lo que fue tan nuestro.
24 August, 2011
Y, entonces, el deseo...
Lo que empezó siendo una cena terminó en un desayuno para que, al final del día, con el ocaso, nuestros cuerpos volvieran a fundirse como lo hacía el sol en el horizonte...
Siento tus manos recorriendo uno a uno los botones de camisa, siento cómo se abre poco para dejar al descubierto un corazón que galopa sin aliento, como yo. Escucho tu respiración desnudándome, miro tus ojos buscando con ahínco el deseo que mis labios ocultan. Nos besamos. Nos mordemos. No alcanzo a encontrarte en todos los lugares donde tu busco porque estás perdiéndote entre mis piernas.
Ansío tus besos en mi cuello pero sigues aferrado a mí, siento cómo el calor de tu aliento me atraviesa y llega a lo más hondo de mi cuerpo hasta hacerse hueco en el tuétano de mis huesos...
Te detengo. Apenas puedo respirar pero consigo encontrarte. Vuelvo a besarte. Recorro uno a uno los poros de tus abdominales para ir adentrándome en tu cuerpo. Me encanta ver cómo me miras. Tus ojos me penetran como tu lengua lo había hecho minutos antes. Me acaricias el pelo conforme voy aumentando el ritmo.
Y ahora me detienes tú a mí para arinconarme contra la pared. Entras, sales, una y otra vez, sin respiro, sin pausa. Te oigo susurrar mi nombre y aún te siento más adentro.
Y con algunos segundos de descanso, vuelvo a verme cubierta por el calor de tu piel, por el peso de tu cuerpo. Tu vientre contra mi espalda, tus manos asidas a mi cuello, con ansia, con ahínco, con pasión. Unidos por el hilo común del deseo. Siento tus manos bajando por mi columna hasta mis caderas y a la vez siento el ansia llegar hasta cada uno de los dedos de mis pies. Y al mismo tiempo, todo tú atravesándome las entrañas.
Mientras, el sol dormía desde hacía tiempo y la luna nos observaba, envidiosa por habernos dado antes.
25 July, 2011
¿Seguir luchando?
Siempre supe que es mejor,
cuando hay que hablar de dos,
empezar por uno mismo.
Shakira. Inevitable.
Estos días sin saber de ti me han demostrado que quizá, y más que quizá, seguro, me esté aferrando a un mástil que ya no es capaz de mantener el barco a flote. Nos hundimos. Nosotros. Yo y la poca esperanza que aún albergaba mi corazón de volver a verte. Nos hundimos, sin remisión, sin posibilidad de renacer, sin ganas de luchar, sin valor para seguir remando contra el viento, contra el recuerdo, con el maldito tiempo que arranca hojas del calendario como latidos a un alma vacía.
No sé si lo que aún me late aquí dentro son recuerdos agolpados y unidos por un lazo invisible o el deseo de mi corazón por despertar de un letargo que dura ya demasiado, aunque haya días que cierre los ojos con ahínco y me niegue a ver que quizá no vaya a despertar nunca. No lo sé. Y me odio y te odio por ello.
A ti, sí, a ti también. Te odio por haberme abandonado y por no haberme avisado; por no decirme que ibas a estar un tiempo y luego te marcharías; te odio por haberme querido aunque sólo fuese un poco.
Te odio por dejar que albergase en mí la ilusión, por no llevártela contigo, por infundarme el valor para pedirte un beso, por permitir que luchara contra el mundo cuando ambos sabíamos que el mundo estaba a kilómetros de distancia. A muchos kilómetros de distancia.
Y me odio por permitirme mantener el deseo de tenerte, aún sabiendo que nunca te tuve, aunque supongo que ahora es inútil siquiera plantearme un porqué. Qué más da.
Al fin y al cabo sigo aquí. Sigo escribiendo que no merece la pena seguir, que no merece la pena luchar, pero sigo escribiendo, porque una parte de mí sigue luchando, sin sentido y sin valor, desde el lado de la batalla de los perdedores, aunque quizá la batalla estuviese perdida antes siquiera de sacar mi valor y quitarme el escudo.
No sé si lo que aún me late aquí dentro son recuerdos agolpados y unidos por un lazo invisible o el deseo de mi corazón por despertar de un letargo que dura ya demasiado, aunque haya días que cierre los ojos con ahínco y me niegue a ver que quizá no vaya a despertar nunca. No lo sé. Y me odio y te odio por ello.
A ti, sí, a ti también. Te odio por haberme abandonado y por no haberme avisado; por no decirme que ibas a estar un tiempo y luego te marcharías; te odio por haberme querido aunque sólo fuese un poco.
Te odio por dejar que albergase en mí la ilusión, por no llevártela contigo, por infundarme el valor para pedirte un beso, por permitir que luchara contra el mundo cuando ambos sabíamos que el mundo estaba a kilómetros de distancia. A muchos kilómetros de distancia.
Y me odio por permitirme mantener el deseo de tenerte, aún sabiendo que nunca te tuve, aunque supongo que ahora es inútil siquiera plantearme un porqué. Qué más da.
Al fin y al cabo sigo aquí. Sigo escribiendo que no merece la pena seguir, que no merece la pena luchar, pero sigo escribiendo, porque una parte de mí sigue luchando, sin sentido y sin valor, desde el lado de la batalla de los perdedores, aunque quizá la batalla estuviese perdida antes siquiera de sacar mi valor y quitarme el escudo.
Subscribe to:
Posts (Atom)