21 October, 2013

Nada más...



La vida se pasa y yo me muero,
me muero sin ti.
 

Estoy sentada en la cama esperando poder dejar de llorar, ser capaz de no estropearme el maquillaje por enésima vez, ser capaz de vestirme y llegar a la cena de gala de esta noche.
Estoy sentada en la cama con Madrid al fondo, veo la copa de los árboles de El Retiro y si quiero, incluso oigo a los trenes entrar y salir de Atocha. Estoy sentada en esta mísera y casi tenebrosa habitación de hotel sin ti, lo que provoca que esto solo sea una cama y un balcón, un espejo en el que ver reflejada esta tristeza infinita que me embarga cuando estoy sin ti.
Suena la puerta.
Suena la puerta, otra vez.
Eres tú. No atino a mirarte casi. No acierto a moverme. Necesito sentir tu calor para seguir respirando.
-          ¿Qué haces sin vestir?
-          No voy a ir a la cena.
Ahora estamos sentados en la cama. Estoy envuelta en una toalla blanca del hotel, apenas se entrevé algo de la piel de mis muslos. Me caen lágrimas negras por las mejillas. Te siento mirarme.
-          ¿Qué pasa, cielo?
En realidad, es esa soledad tonta otra vez la que me quita las fuerzas y me roba la sonrisa, la que me arranca tus recuerdos y me destroza por dentro. Esta soledad que aparece cuando sé que te tengo pero no te siento, cuando sé que eres mío pero no puedo ser tuya, aún.
-          Yo te quiero.
-          Yo también, alcanzo a decir.
-     No, yo TE QUIERO. (Te miro extrañada). Sí, yo te quiero. Te quiero para dormir en las noches frías de invierno, para acurrucarme en las lluviosas de noviembre. Te quiero para las lecturas ardientes, para las bromas pícaras. Te quiero para los mordiscos en el cuello, para las caricias en tu barrigota, para los azotes, para los pellizcos. Te quiero para sentir tus abrazos como infinitos, te quiero para sentirme más tuyo que mío, para entregarte mi alma porque mi corazón te lo entregué la primera vez que te vi.
Te quiero y no necesito a nadie más ni nada más.