12 October, 2011

Volviendo a casa...

Vuelvo en un autobús a casa. Sentada al lado de la ventana, la brisa nocturna me hace cerrar los ojos y, sin avisar -como casi siempre-, apareces tú...

Somos nosotros.
Tú y yo, parece increíble. Casi no puedo respirar, el corazón me golpea tan fuerte el pecho que me zarandea y me hace temblar.
Tu mano acaricia mi cara, la parte baja de mi cuello y el temblor desaparece. Es tan fácil contigo...
Me sube el calor por la espalda mientras tus manos quitan uno a uno los cuatro botones de mi vestido.
- Estás preciosa hoy...

Noto cómo me caen las lágrimas por las mejillas. El sabor a sal me despierta del sueño.

Apareces de nuevo. Juegas a atrapar cada una de las sonrisas que se escapan por la comisura de los labios, a guardarlas, a saborearlas. Me besas. Noto cómo me atraviesa tu aliento y cómo me recorre el alma un halo de esperanza, cómo me recorre el cuerpo un abismo de deseo y pasión. Mi cuerpo entra en contacto con el tuyo, mis besos recorren tus brazos, tu cuello, tu pecho, tu cintura... Te recorro de principio a fin y me gusta cómo me besas.
Me siento guapa cuando mi vestido cae y mi ropa interior es lo único que me separa de sentir tu cuerpo tan mío como sentí tu voz aquella primera vez que descolgaste el teléfono y me regalaste la mejor de las sonrisas que había oído en mi vida.
Y entonces, siento cómo mi desnudez te abruma. Me recorres con la mirada con tanta ansia, con tanto deseo que por primera vez en mucho tiempo siento cómo se me eriza la piel de pura pasión. Me abrazas. Creo que has notado aún sin rozarme cómo me tiembla el pulso.
- Me encanta cómo hueles...

La punta de tu nariz tienta uno a uno los poros de la piel y hace que me derrita poco a poco, al mismo tiempo que el ansia de hacerte mío me provoca una risa incontrolable que no es más que un intento desesperado de mi corazón por esconder sus desarbolados latidos. Tú me abrazas, yo te muerdo; tú me sujetas con fuerza contra la almohada y yo vuelvo a morderte, esta vez con tanta fuerza que me miras con la cara del más travieso de los niños.
- No seas mala...

Me río. Me vuelve a salvar la risa de caer rendida a tus brazos. Comienzas a amarme. Tu cuerpo dibuja sobre el mío cada una de las caricias que tantas veces había soñado. Me recorres con suavidad, primero con la yema de los dedos, después con todo tu cuerpo. Y yo me abro a ti, termino de entregarte lo poco que aún guardaba para regalarte, termino de entregarme entera a ti, dándote sin miedo, sin temor al desamor ni al desengaño, sin temor al vacío de las noches sin ti. Y tú te adentras en mí, me llenas de ti, me amas, me abrazas, me agarras con ahínco, queriendo quedarte para siempre, queriendo llenarme de ese olor a amor tan tuyo, queriendo regalarme el deseo infinito de quien moriría por seguir haciéndome el amor.
Hasta el final, hasta límites inaccesibles para tantos, hasta el amor que duele, hasta el sexo que hace añicos cualquier previsión de control, hasta que mis gritos dejan de morir en la comisura de tus labios y se hacen presentes. Sin tregua...

... Hasta que mis gritos se ahogan en la última parada del autobús.