24 June, 2008

Anclada a ti

"Por todo lo que es mi verdad,
y porque ahora somos dos,
las almas se pueden juntar
y los espíritus bailar
jugando a nuestro alrededor..."
Jennifer López. Como ama una mujer

Me tiembla la piel cuando te siento respirar. Parece mentira.
Te miro y casi me cuesta acercarme a darte un beso; hago uso de una timidez de antaño que me impide la mitad de las acciones en las que pueda tener contacto contigo. Al principio; luego te acercas, me abrazas y te siento respirar junto a mí, y nada importa salvo el sonido casi desesperado de los latidos de mi corazón.

Me veo a tu lado, desnuda, entre sábanas blancas, cubiertas de gotas de placer y me gusto. Tumbada frente a ti, el tacto de tu piel acariciando mis mejillas, besando despacio cada hueco de mis labios, me hace desprenderme de cualquier miedo, de cualquier miedo del pasado más presente.


Te beso con ahínco, te acaricio, recorro cada poro de tu piel con la punta de mi lengua, húmeda, ansiosa, ardiente... Y al tacto de mi aliento con tu cuello suspiras con ansia; me tumbas, me agarras, me besas y acaricias. Te detienes en mis pechos desnudos, erguidos, latentes. Los recorres suavemente, con atención; y siento tu cuerpo respirar junto al mío. Al tacto de tus caderas con las mías, de tu lengua con la mía, de tus labios con los míos, apenas alcanzo a recoger aire suficiente. Y te siento en mí, agarras con fuerza mis manos, los dedos entrelazados, tu cuerpo como parte del mío, mi respiración parte de tu desaliento, mis ansias parte de tu placer.

Anclada a ti. Atrapada en ti. Prisionera de tus besos, de tus caricias, de tu cuerpo... Quiero estar contigo, sentirme desnuda junto a ti, estar contigo aún teniéndote lejos. Y que sean más de 30 días.

19 June, 2008

Tener que elegir

Contigo, quiero estar contigo...
Y conseguir que todo el tiempo sea estar junto a ti...
ECDL. Contigo.

Y entonces apareciste tú, en medio de un abismo de contradicciones y dicotomías sobre lo que quería y lo que tenía, sobre lo que deseaba y lo que me convenía. Tú, que llegaste como el otoño, en medio del último calor veraniego, después de tormentas de agosto, duras y refrescantes. Estaba inmersa en un ciclón de dudas, llena de la ansiedad que provoca saberte abandonada aún estando abrazada, cubierta de un sabor amargo que muchos días me robaba la elocuencia y hasta la sonrisa más verdadera. Era territorio hostil -y creo que aún lo soy-. Persona non grata. Desconfiada, hasta cierto punto. Aislada, por momentos.

Y poco a poco, voy dejando que tus besos llenen mi cuerpo, que mi piel se acostumbre a tus caricias. Mis labios anhelan tu aliento como el verano la brisa marina; mis brazos el calor de los tuyos como si hubiese sido siempre mío; mi cuerpo respira tu ausencia y se hunde, te busca y te anhela hasta el punto de conformarse con imaginar tus dedos recorriendo cada forma, cada curva, cada poro; se conforma al recordar como si bastase con ello.

Pese a que el miedo, a veces, me roba el pensamiento cuando te miro y me tiembla el pulso, pese a que ese mismo miedo me recuerda que todo puede ser efímero y fugaz, pese a todo, tú sigues. Y estás. Y te siento. Sonrío cuando me imagino a tu lado día tras día. Sonrío cuando me abrazas, y cierro los ojos y respiro tranquila, como si nada, nada del pasado más presente, pudiese perturbar la alegría que me invade cuando tus brazos me albergan.

El pasado más presente. Miro hacia atrás y... Y tengo miedo. Miedo a cambiar, miedo a perderte. Miedo a situarme en un punto del camino que no me permita regresar. Y pese a ello, me vuelvo y avanzo. Contigo. Contigo porque el calor de tu mano sujetando la mía me concede valor. Ese valor que mi antiguo tú me enseñó a tener. Tengo miedo a defraudar a quien tanto me enseñó y me quiso, a quien tanto confió en mí. O quizás, quizás tengo miedo a tener que elegir.