30 May, 2008

Te pierdo

Hasta que llegaste tú,
trayendo nuevas pasiones a mi vida
con la mirada que alivia mis heridas
con ese beso de amor que no se olvida.



La distancia que ayer se fraguó enre nosotros, en aquella cama que se convirtió en cualquiera después de hacer el amor, en aquella habitación insulsa que nos alejó tanto como nos acababa de acercar el amor más puro, me tiene hundida en la más profunda de las tristezas.

Me amaste hasta hacerme enloquecer, me besaste como si cada beso fuese el último, me acariciaste la piel como si cada poro fuese a desaparecer y... Te fuiste. Y te pierdo. Y no sé vivir así.

Sentir tu cuerpo de nuevo junto al mío, tu piel llenándose de la mía, mi alma entregada tanto a ti como mi ser entero, fue, como siempre, maravilloso. Me hiciste el amor de nuevo entregándome tus latidos uno a uno, recorriendo mi respiración entrecortada, llenando mis suspiros de tranquilidad y mis inquietudes de pasión. Queriéndome, amándome, haciéndome aún más tuya si es que eso era posible. Junto a ti, envuelta en aquellas sábanas ardientes, deposité mi corazón en tus manos y me entregué a ti. Y volviste a mí, como el niño que vuelve cada noche a la cama ilusionado con las vacaciones; y te llenaste de mi cuerpo y yo me llené del tuyo, y me inundé de tus sonrisas y te robé todos tus besos. Cubiertos por el placer de entregarnos, llenos de pasión, una vez y otra te dejé apoderarte de mi interior.

Y te fuiste. Desapareciste hasta el otro lado de la cama. Y entonces dejaste de ser el hombre que me había hecho el amor como nadie en 25 años, el hombre que me ha enseñado a luchar, que me ha enseñado a sonreír en medio del mismo mar de tristeza que ahora me anega el alma, me destroza el corazón y me destruye cualquier ápice de alegría que me inunda cuando cierro los ojos y siento tus labios tocar los míos. Y ahora no te encuentro. Sólo encuentro un miedo terrible, pánico a una vida llena de rutinas, de beso vacíos, de cuerpos inertes... Miedo a una vida sin ti.

19 May, 2008

Amémonos despacio y sin excusas

Amémonos despacio y sin excusas,
que tú y yo quisimos...
No queda nada más que amarte,
y si en todo apareces tú...
No queda nada más que amarte,
nada ma sque amarte...
Jennifer López. Por arriesgarnos.

La cena había sido exquisita. Entre plato y plato habías tenido cuidado con cada palabra, con cada detalle. En ninguna frase oí la palabra despedida, adiós, nada. Era nuestra noche. Velas, vino... Y tu mano agarrando fuerte la mía, protegiéndome y haciéndome sonrojar con cada mirada. Buscabas mis ojos entre la penumbra que dejaban las velas y encontrabas los de una mujer inquieta, ilusionada y nerviosa, que quería llenarse de ti, que te quería en cada sonrisa, en cada beso dulce, en cara mordisco apasionado.
Y allí estábamos, sentados en la terraza de una perfecta habitación de hotel. Al fondo, Triana cubierta de luces y protegida por una noche tan impoluta que daba miedo mirarla directamente. Allí estábamos tú y yo, sentados en un gran sillón, mirando a una zona del horizonte donde nada se distinguía de lo anterior. Me agarrabas con ternura por la cintura y yo reposaba mi cabeza sobre ti, buscando cada cinco latidos un beso de tus labios. Y mi corazón latiendo aprisa, y mi alma desarbolada e inquieta.
La brisa de marzo nos arrastró a la cama. Allí, cubiertos por una fina sábana, empecé a sentirme tuya. Besabas cada rincón de mi piel, acariciabas cada poro entregado a ti y yo me agarraba con fuerza a tus latidos para anclar mi respiración a tu cuerpo. Tumbados de frente, tu mano se balanceaba por mi mejilla y recorría mi pelo, aún húmedo. Me mirabas de nuevo, y yo volvía a sonrojarme. Bajaste poco a poco tu mano hacia mi cuerpo, me giraste hasta dejarme boca arriba. Comenzaste de nuevo a besarme, a acariciarme... Y buscaste con ahínco lo más hondo de mí para buscar mi placer... Tranquilo, lento, con dulzura... Me perdía entre cada suspiro, renacía con cada brote de amor. Te atraje hasta mí de nuevo y comencé a besarte. Te tumbaste sobre mí y volviste a buscarme. Te sentí tan adentro que temí descubrirme si seguías mirándome así. Y cada gesto, cada caricia y cada gota de placer fue llenando nuestros cuerpos hasta sentirlos como extraños pese a se propios. Agarrados, anclados, unidos... Suspiré con ansia, respiraste con pasión... Y entonces supe que era la primera vez en 25 años que hacía el amor.

09 May, 2008

A fin de mes...

El sexo de las últimas semanas había estado bien, pero... Pero era fin de mes, con todo lo que eso implicaba. Llegarías en una hora y aún tenía cosas que hacer. Y preparar.
En la puerta de la estación había al menos 20 taxis, con sus correspondientes conductores, que se quedaron prendados de la belleza vestida de negro que estaba cruzando el paso de peatones delantero.
-¿Qué tal el viaje?
-Bien; me lo he pasado durmiendo...
-¿Quieres estar despierto esta noche por algo en especial?
-Es mi intención.
Me diste un beso y me abrazaste. La ración de frases de compromiso del día ya había concluido.
Tenía reserva para el restaurante Abades Triana a las 22.00 horas. Eran las 20.45 cuando llegamos al hotel Alcora.
-Habitación 724.
-Gracias.

Casi me comes a besos antes de cerrar la puerta. Comenzaste a mordisquear mi cuello cuando intentaba meter la llave en la puerta. Tenías los brazos alrededor de mi cintura, aunque intentaste, sin éxito, meter la mano por el escote de aquel precioso vestido negro.
Déjame abrir!
Tras cerrar la puerta, inmediatamente, me agarraste por las muñecas y me hiciste prisionera contra la pared. Me besaste el cuello y todo el pecho que se dejaba ver por el escote. Me soltaste para recorrer mis muslos con ambas manos y yo te quité la camisa. Hundiste la mano bajo mi tanga y moviste los dedos a la vez mientras, con la boca abierta, buscabas y recorrías mis pechos. Te llevé casi a rastras hasta la cama. Te coloqué sobre ella y me eché sobre ti como una tigresa. Te hice prisionero esta vez yo a ti con las manos y las piernas. Perdí el vestido en el camino. Mi conjunto de ropa interior aún resistía. Por poco tiempo. Te quité pantalones y calzoncillos de una vez y empecé a rozar mi cuerpo con el tuyo. Pasé mis pechos por tu pene erecto, tenso. Luego la lengua, despacio. Suspiraste. Y volví a hacerlo. Estabas ansioso. Seguí haciéndolo, quería probarte. Me levantaste y me tumbaste sobre la cama. Dos dedos entraron en mí y luego tres. Los preliminares, ya, sobraban. Así que volviste a agarrarme por las muñecas, ahora sobre la almohada; yo abrí las piernas para quedar entregada a ti y te sentí dentro por primera vez.
No parabas de besarme. Me solté y me agarré a tu espalda. Tenía las piernas alrededor de tu cintura. Seguías moviéndote hacia adelante cada vez más fuerte y más rápido.
Te empujé hacia atrás, levanté las
piernas y mis rodillas reposaron sobre mis pechos, apretándolos más cuando volviste a penetrarme, ahora más directo, más fuerte, más intenso. Te movías rápido; te pedía más.
Te agarré con fuerza para que entraras cada vez más en mí. Necesitaba más. Agarraste mis muslos, te moviste como nunca y...

Apenas había oxígeno ya para los dos en la habitación 724.

Una ducha y al restaurante. La reserva nos esperaba.

02 May, 2008

Para lo que quedó el National Geographic...

Serían las doce cuando apareciste enfundado en aquella camisa verde, similar a las que cubrían los pechos de los soldaditos que habían estado desfilando por la ciudad aquel 12 de octubre.
Ya era hora de que llegaras. En cualquier caso, por lo que había visto nada más abrir la puerta era consciente de que la espera había merecido la pena.
Yo, sentada sobre el sillón de cuero que había a un lado del salón, te esperaba llena de ansia y deseo, inquieta por tanta fantasía imaginada y cubierta por un camisón negro, lleno de margaritas de terciopelo y con un escote en V que dejaba entrever mis dos pechos e insinuaba parte de mis ganas de hacerte el amor al dejar ver unos pezones duros y erguidos.
Sin decir nada, te acercaste a mí y me mordiste el cuello tan fuerte que te ganaste un buen azote. Te busqué con los ojos y te atraje hasta mí con las manos y las piernas al mismo tiempo.
-Paciencia, pequeña…
Estaba ardiente, pero tenías ganas de hacer travesuras. Me cogiste en brazos y me llevaste hasta la terraza de aquel precioso edificio. Abajo, la piscina estaba del mismo color que tu camisa, el césped cubierto de hojas y el barrendero peleándose con las primeras malas hierbas. Como yo. Allí, sentada en el mismo balcón y apoyada en la pared, colocaste mis piernas de forma que mis tobillos quedaron a la altura de mis caderas, el camisón liado en la cintura y mi sexo, húmedo y enrojecido, algo más abajo que tus labios. Pasaste uno a uno tus dedos por mis muslos hasta dejarlos caer hacia el fondo de mi cuerpo, casi hasta las entrañas mientras con la otra mano bajaste mis tirantes y me acariciaste los pechos. Acariciarlos es un decir. Los apretabas con fuerza, intentabas cogerlos a la vez. Seguías moviendo los dedos cuando empezaste a pasar la punta de tu lengua, llena de calor, por mis pechos, mi barriga… Bajaste un poco más y sacaste los dedos para meter la lengua. Y la moviste dentro, rápido, con fuerza, mientras me apretabas con ansia los dos muslos. Te tiré del pelo hacia atrás. No podía más, quería que pararas. Quería hacerte el amor ya, o que tú me lo hicieras a mí, pero en cualquier caso quería que fuese ipso facto. Reíste un poco, con cara de niño travieso.
Volviste a cogerme en brazos, me llevaste dentro –no sé en qué momento perdiste los pantalones- y me colocaste contra la estantería. Me agarraste por las caderas y, apoyada contra los libros de la última colección de Nacional Geographic, sentí un intenso brote de placer entrar de nuevo en mis entrañas. Lo más hondo de mí te sintió llegar tan fuerte como las primeras lluvias de enero. Golpeaste una y otra vez mi sexo contra el tuyo, mi espalda contra los tomos de la estantería, mis pechos contra el tuyo; me faltaba el aliento, se me entrecortaba la respiración, volaban mis latidos y mis gritos se hacían más eternos conforme tus embestidas se hacían más fuertes y profundas. Clavé mis uñas en tu espalda, grité un poco más fuerte y abrí todo lo que pude las piernas para que la última fuese la más intensa y la más potente. Y así fue.
Reposé mi cabeza en tu hombro aún contigo dentro de mí en el más amplio sentido de la palabra y me tumbaste sobre el sofá.


Para aquellos que eligieron en la encuesta la opción "Me encantaría". Gracias.